Desde chico,

mi madre me enseñó a preguntarme

el por qué de las cosas

 

Aunque eso que parece tan sencillo, resulta que te complica la vida que no veas.

Un buen día, a ultima hora, en el momento que ya no te quedan fuerzas para nada, y  te has quedado dormido en el sillón un par de veces viendo la TV intentando mantener la cabeza derecha, los ojos medio abiertos; ese momento en el que decides irte a dormir, que ya está bien por hoy…

 

… y miras al otro lado del sillón y ves a tu pareja con la boca abierta, los ojos cerrados y la cabeza patrás a punto de desnucarse: Pero, ¿cómo puede dormir así? No sé, pero está más frita que una croqueta.

Entonces, no sea que se desnuque de verdad, le dijo bajito: «churri, churri vamos a la cama», y ella te contesta «ya vooooyyyy» mientras cierra la boca y se da la vuelta.

Cuando llegas al lecho conyugal para dormir plácidamente, te das cuenta que allí están acostados ya otros seres. Unos extraños señores acostados en tu cama. Esos tíos cubren casi todo el catre ¡¡mecagoento‘!!

 

Son los cojines decorativos

 

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Si, colegas, dos grandes cuadrados y dos pequeños; cuatro obstáculos que tienes quitar  para poder entrar en la cama.

Lo que ocurre que no puedes cargar con los cuatro al mismo tiempo, con lo que toca hacer dos viajes portando cojines; un par los colocas en la silla que está en la habitación (esa silla es objeto de estudio aparte) y los otros van a parar al sillón, para que acompañen a tu mujer que ha vuelto a la postura anterior y ahora ronca a destajo.

Y tu finalmente te arrastras hacia la cama y por fin te acuestas. Buenas noches.

Cuando al día siguiente salgo temprano de casa para ir al trabajo, todos duermen. Todos; mi mujer, mi hijo y los cojines.

 

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Creo que mi mujer por la mañana, cual espía, los recoge y en un acto reflejo sin pensar, los coloca de nuevo en su sitio. Ella argumenta «que si no la cama parece desangelada, triste, como que le falta algo, no se…»

Y allí quedan, solos, pobrecitos, todo el día, los angeles decorativos de la cama, hablando de sus cosas, que si me prometieron que me van a cambiar el forro, que se me rueda el relleno, que la cremallera se me traba; nadie los vuelve a ver en tooooooodo el día: sabes que están, pero nadie los ve.Nadie de nadie.

Así vivimos en un continuo dèjá vu; pasamos los días pon los cojines, quita cojines, pon los cojines, quita cojines, día y noche, otra vez, como en una espiral infinita en el continuo espacio- tiempo.

Desde chico mi madre me enseñó a preguntarme el por qué de las cosas.

Un buen día respiré  aliviado al entender la génesis de esos malditos cojines decorativos que viven con nosotros, su fin último, su misión vital, esa misión dista mucho de ser meros complementos decorativos de un tálamo.

Esos seres cuadrados son parásitos, nos invaden en silencio, utilizan nuestros cuerpos como vehículo de transporte para sus desplazamientos hogareños de ida y vuelta a la cama. Si, parásitos que nos necesitan al fin y al cabo, para existir.

Brewmaster

 

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